Bogotá, Colombia 2022
Pasar en el Transmilenio por la carrera séptima con la mochila por enfrente bien agarrada porque nunca se sabe, tarjeta de transportes recargada para no quedar varado y las aplicaciones de movilidad en el teléfono recomendadas por un local para entender hacia dónde ir.
Las paredes de las calles y avenidas que transitamos desde el bus están cargadas con recuerdos, con personas y colores pintados en la pared, una ciudad herida contando su historia, gritándola a través de las ventanas del bus. En el movimiento es imposible no encontrar algo nuevo, un detalle que no vimos o un mural que cambió.
Una palabra que resuena o alguna que genera duda, le tomo foto a lo que puedo para recordar, para poder mantener fresca la memoria de cosas que ni ella va a guardar por siempre, un empujón visual es necesario, un recordatorio de este momento en este lugar donde la gente existe con una realidad que golpea, como en toda mi Latinoamérica querida, como todo en este mundo.
Desde calles pintadas por iniciativas locales hasta el grafitti más viceral producto de la furia de una realidad que no perdona, sin las paredes rayadas ¿qué serían nuestras ciudades?, sin ese testamento de la realidad que nos rodea y de las cosas que solemos olvidar, ¿qué recordaríamos realmente?
¿Qué sería de nuestras ideas si no se expresan?
A veces tenemos miedo o nos sentimos inseguros en una ciudad tan grande, vemos letras a lo lejos, puentes pintados y colores hasta en el suelo, ver de cerca aquello nos cambia la perspectiva, en algunos puentes los textos que están escritos nos recuerdan la violencia patriarcal que vivimos en nuestra región, y nos hablan de cómo cambiar las cosas, nos exigen ver desde otra perspectiva.
Nos recuerdan que la comodidad en mi piel no es regla general, no todas las personas pueden o deben ver todo desde la misma mirada.
Las ciudades latinoamericanas son caos, son locura, son testimonios de los cambios que podemos crear cuando somos colectivo, cuando somos comunidad. Los murales más arreglados de los edificios elegantes nos pintan realidades ajenas entre un área a otra, hay murales con marcas de bancos y empresas, hay murales diseñados para atraer, hay otros que nos recuerdan quiénes ocupan ser escuchades, lo que las paredes rayadas dicen; y pues si los oídos son fáciles de engañar, quizás los ojos no puedan mentir.
Todo esto desde una ventana de un bus, un transmilenio que llega a costar más de medio dolar; que refleja por sus ventanas el entre texto de una realidad tan variada y compleja como su gente, que igual forma parte del día a día y no se detiene ante lo pesada que puede ser la vida.
Quiero una América Latina llena de oportunidades. Veo paredes que recuerdan que vivimos en una burbuja; la ciudad es enorme, a momentos ordenada,en otros caótica pero no deja de recordarnos que sin malestar no hay cambio, que sin fuego no hay cosecha nueva y que sin registros de esto nada queda, ni las mejores ideas.
Seguimos en tránsito y en trance, el color nos atrapa. Chapinero se ve lleno, se ven carpas de grupos indígenas desplazados luchando por un cambio, se ven, en un lugar están sus nombres hacinados en un espacio exigiendo lo básico; una vida digna. Tremendo recordatorio de a quienes hemos dejado de lado por crear cada vez rascacielos más altos, movidos por intereses meramente del capital, buscando acercarnos al sol para dejar de verlo realmente.
Creo que me he abrumado por las cosas que existen traducidas en diferentes contextos, desde un bus como parte del colectivo, o afuera como parte del escenario. Están a pie de lucha, quieren ser visibles, es difícil ignorar lo que se ve, aunque se intente no se puede cuando las paredes alrededor te recuerdan a dónde mirar.
Las distracciones son varias en el camino, nuestros pies ya tocan el suelo; caminan por asfalto y concreto, calles señalizadas, lejos quedaba el bus que nos trajo a la estación del Museo Nacional. Estábamos inmersos en la locura de la ciudad que se ve desde la ventana ajena a esta realidad, es como nacer nuevamente, salir de la comodidad de un asiento relativamente seguro, una ventana que te protege los pensamientos; es enfrentar lo crudo y lo tangible, verlo cara a cara.
La vida existe más allá de estas palabras que se quedan cortas ante todo lo que aún no somos y podemos ser, ver a los ojos las situaciones que nos pasan de lejos por sentirse en relativo privilegio; los murales nos recuerdan que las cosas que pensamos eternas son pasajeras y el bienestar de hoy no es algo seguro para todas las personas, y menos para nuestra propia persona. Somos vulnerables a lo que nos es ajeno y es ahí donde podemos abrirnos a entender.
Realmente en esa ocasión no teníamos destino, solo dejarnos llevar por la corriente de retorno de esta ciudad; volvemos a los mismos sitios para ver y volver a sentir, ya algunos espacios no nos representan lejanía; sin embargo siguen siendo nuevos y poderosos.
Miles de rostros y manos llenas de suciedad bien ganada de trabajar todo el día sin descanso, no se detiene. No hay día que la ciudad no se vea repleta de gente, está viva por mérito propio, sus calles no son nada sin la gente que las transita, sin la gente que la lucha, la reclama, la odia, la ama, y la sobrevive.